El proceso electoral que concluyó en la elección de Rodrigo Chaves el pasado 3 de abril, puso de relevancia algunos temas e interrogantes cuyo análisis y respuesta puede tener implicaciones sustantivas en el devenir de la vivencia democrática en nuestro país.
Un sistema… ¿multipartidista?
Que el sistema de partidos políticos en Costa Rica ha venido transformándose en las últimas décadas es algo que nadie disputa. Con el desvanecimiento del bipartidismo, se dio por sentado que el país había iniciado el tránsito hacía un sistema multipartidista. Pero, ¿es esto lo que en realidad está pasando?
En su forma más básica, un partido político es una asociación conformada para participar en elecciones. Pero esta es una definición insuficiente. Ya desde hace mucho tiempo, diversos autores han agregado otros factores para que una organización política pueda ser definida como un partido. Estos factores, son, entre otros, la permanencia en el tiempo, la organización territorial y la existencia de un programa político que aglutine a sus militantes.
Desde esta perspectiva, no pareciera que lo que se está configurando en Costa Rica sea un sistema multipartidista, sino más bien un sistema “multialternativas” o “multiopción”. En este escenario, lo que surgen son organizaciones electorales para concretar aspiraciones personalísimas, tal y como sucedía en la Costa Rica de principios del siglo XX, sin mayor horizonte temporal que la próxima elección. Esta posible tendencia, espoleada por la desaparición de la lealtad partidaria, parece confirmarse también en los resultados electorales de la primera y segunda ronda del pasado proceso electoral: en las elecciones de febrero, casi la mitad de los votos fueron a partidos que participaban por primera vez en las elecciones; y, en abril, un partido nuevo, con un candidato sin ninguna trayectoria política, terminó ganando el balotaje.
Por supuesto que esto también nos dice mucho de la vigencia y legitimidad social de los partidos políticos “tradicionales”, que no han sido capaces de revitalizarse y convertirse de nuevo en una opción válida para los amplios sectores de la población que les dan la espalda. Pero también nos habla de una ciudadanía más crítica, menos paciente con las indulgencias de liderazgos políticos que se muestran cada vez más anacrónicos. La demolición del Partido Acción Ciudadana (PAC) en la elección de febrero del 2022, y la tercera derrota consecutiva del PLN, son ejemplos fehacientes de esto.
El derrumbe del PAC: ¿coyuntura o síntoma?
Poco se ha dicho de la debacle electoral del PAC. Hay sin duda un peso grande de la coyuntura, pero no puede ignorarse la existencia de factores estructurales, que reflejan cambios en la cultura política costarricense, cambios cuya comprensión debería ser una tarea perentoria para todos los partidos políticos.
Ciertamente, el gobierno de Carlos Alvarado fue el resultado de una circunstancia extraordinaria, no de la construcción de una coalición alrededor de un discurso político, más allá que el de impedir la llegada del fundamentalismo al poder. La confirmación de este hecho fue que el gobierno perdió apoyos muy rápidamente. Esto pese a que, y sobre todo comparado con su predecesor, -que dejó la hoja en blanco en el cuatrienio 2014-2018-, Alvarado pudo concretar cosas importantes, si bien impopulares. Se sumaron además los presuntos actos de corrupción ocurridos en los últimos 8 años, aún más notables cuando sucedieron en gobiernos del partido que supuestamente nació para acabar con ese flagelo.
Estos elementos se conjugaron en un escenario de gran descrédito de los partidos políticos, con tasas de militancia a la baja, y en medio de un intenso cuestionamiento de lo que se percibe como privilegios de un sector público con problemas crecientes para satisfacer demandas complejas de una ciudadanía cada vez más informada. Y, para rematar, el PAC postuló a una figura insulsa, defensora de ese status quo desprestigiado (algo que por cierto también hizo Figueres en el PLN). Todos estos factores confluyeron para enterrar al PAC en el 2022.
Pero creer que esto es algo circunstancial, que pasó por una alineación fortuita de los astros, es ignorar los cambios que se han venido produciendo en nuestra cultura política, que ha derivado en un ejercicio ciudadano signado por la crispación y la impaciencia. El votante del siglo XXI, liberado de lealtades partidarias, impaciente e hipercrítico, expuesto a marejadas de desinformación que recibe sin pausas, no siente ningún apego a partidos políticos cada vez más desdibujados. Y eso se reflejó en el rechazo demoledor y sin remordimientos al actor que en su momento supuso un cambio en la política tradicional costarricense.
Por todo lo anterior, no parece descabellado que, en un escenario como este, esa ciudadanía capaz de infligir castigos electorales como el que le infligió al PAC en el 2022, siga haciéndolo en el futuro. Los partidos políticos deben analizar este entorno de cara al futuro, so pena de sufrir la misma suerte.
Lo que sí es cierto es que nos encontramos en medio de una dinámica política diferente, que requerirá posiblemente de reformas en nuestro sistema político, si queremos seguir viviendo en democracia.
El futuro del PLN, ¿creer en espejismos o renovar su práctica política?
Si hay un partido que caminó con los ojos abiertos hacia su derrota, ese fue el PLN. Desde antes de celebrarse la convención partidaria que eligió a José María Figueres como su candidato, se venían creando las condiciones propicias para que, por tercera vez consecutiva, el PLN no pudiera alcanzar el Poder Ejecutivo. Una derrota sin ambages, por más que se quiera vender el espejismo del fortalecimiento a partir de la votación recibida en segunda ronda.
En diciembre del 2021, la Asamblea Nacional del PLN aprobó una disposición transitoria para suspender la aplicación de una provisión reglamentaria que obligaba a efectuar una segunda ronda con los precandidatos más votados, si ninguno alcanzaba el 40% de los votos emitidos en la convención. La razón para hacer esto quedó al descubierto meses después, cuando Figueres se proclamó candidato con menos del 37% de los votos emitidos. Desde el momento mismo que se aprobó ese transitorio, el partido tácitamente reconocía la debilidad de su eventual candidato, inclusive a lo interno de la agrupación. Porque de haber habido una segunda ronda, probablemente Figueres no habría sido candidato.
Esta es una señal inequívoca de que el PLN se ha convertido en una organización ensimismada, que opera de espaldas a una realidad política diferente a la que se construye internamente, a partir de una visión cada vez más dominada por intereses estrechos. No ha sido capaz de ver que, a esta ciudadanía del siglo XXI, categorías como “experiencia”, “equipos” e incluso “planteamientos”, a las que frecuentemente acuden las campañas liberacionistas, no parecen generar tanto entusiasmo como el rechazo que genera ciertas prácticas políticas. De nada vale la recuperación de la obra histórica de un partido, si se considera que un reconocimiento aceptable a la trayectoria y atestados de un dirigente, es suficiente para justificar su nombramiento como candidato a suceder a su hija en un puesto de elección popular. Este es el tipo de gestos que generan rechazo de una buena parte del electorado, por más preparado que esté ese dirigente para ocupar el cargo. Por más que se lo merezca. Pero el PLN no parece entender esto. O lo que sería aún peor: no puede entenderlo, atorado en una práctica política caduca y, peor aún, éticamente cuestionable para amplios sectores de la población.
La confluencia de esa añeja forma de ver la política, y de un candidato vulnerable, con 70% de opiniones negativas desde hace más de 15 años, no podía generar otro resultado que el que finalmente se obtuvo. Aun frente a un candidato con tantas carencias como Rodrigo Chaves, desvinculado por décadas de la realidad nacional, sancionado por acoso en una institución internacional y postulado por un partido sin trayectoria ni programa. Esto debería ser suficiente para llevar al PLN a una rigurosa autocrítica, que resulte en el inicio de un proceso de renovación de la visión política que lo guía. Pero esta voluntad no parece estar presente, sobre todo cuando se pretende mostrar el resultado de abril bajo una luz positiva. No se puede seguir haciendo política del siglo pasado en un escenario ciudadano como el actual.
Pese a esto, el PLN no es ni por asomo una organización en vías de extinción. Es la fuerza política más grande en la Asamblea y mantiene una presencia importante en los gobiernos locales. Pero está claro que corre el riesgo de terminar de convertirse un partido que no tenga un horizonte más allá de lo cantonal, lo sectorial y lo legislativo. Y en el panorama actual de nuestro alicaído sistema de partidos, una visión nacional integral, que supere las limitaciones de los intereses particulares, acompañada por una renovación de esa práctica política que tanto daño le ha hecho, sería un aporte invaluable que el Partido Liberación Nacional puede hacerle al país, sobre todo en la actual coyuntura.
¿Una lucha sectaria y elitista por los derechos de las mujeres?
Uno de los resultados más sorprendentes de la elección de Donald Trump en el 2016 ,fue que ganara ampliamente el voto de las mujeres blancas sin nivel universitario en el sur de los Estados Unidos. ¿Cómo un candidato misógino y agresor como Trump pudo derrotar a Hillary Clinton, abanderada de la luchas de las mujeres, en un segmento electoral tan importante?
La explicación que da la investigadora de la Universidad de Harvard, Joan C. Wiliams, nos ayuda a entender lo que pasó. Una de las propuestas de Clinton era homologar los salarios de hombres y mujeres en igualdad de condiciones laborales. Desde la perspectiva de las mujeres profesionales, sobre todo del noreste y el oeste estadounidense, esta era una causa justa, que sin duda generaría el apoyo de la mayoría de las mujeres. Pero en el sur de los Estados Unidos, y en consonancia con tradiciones hondamente arraigadas y de raíces profundamente religiosas, la aspiración de las mujeres blancas sin escolaridad universitaria era que sus esposos ganaran lo suficiente para quedarse ellas en casa a educar a sus hijos, un signo de prosperidad y éxito familiar en esa región de los EEUU. Desde esa perspectiva, la propuesta de Clinton de garantizar la igualdad de ingreso a las mujeres les resultaba no solo lejana, sino posiblemente excluyente y sectaria.
Valdría la pena preguntarse si la lucha por la equidad de género en Costa Rica no adolece de los mismos sesgos. Según el último estudio de panel publicado por el CIEP, un 56% de las mujeres votó por Chaves en el balotaje. Este es un resultado que debería llamar la atención de los grupos activistas en temas de género. Y la respuesta no debería ser atribuir este voto a factores atribuibles a carencias de las mujeres -educativas, culturales y de ingreso-, sino, más bien, aprovechar la llamada de atención para analizar por qué lo que se ha hecho no ha podido superar las barreras que pueden suponer esos factores, u de otros que puedan surgir de lo que parece un necesario ejercicio de autocrítica.
Ciertamente los cambios como los que se pretenden propiciar en este ámbito toman tiempo. El peso de la tradición patriarcal sin duda es un elemento complejo de revertir. Pero no está de más valorar críticamente si los resultados del trabajo que se ha venido haciendo está efectivamente contribuyendo, en tiempo y en forma, a alcanzar los objetivos planteados.
La cobertura de medios, ¿el 2013 de nuevo sin el resultado deseado?
El mismo ejercicio de autocrítica deberían realizar algunos medios de comunicación, ante lo que una buena parte de la población percibió como una inclinación editorial de esos medios, no tanto a favor de un candidato como en contra de otro, sobre todo en la segunda ronda.
En diciembre del 2013, José María Villalta, a la sazón candidato presidencial del Frente Amplio, parecía estar sembrado para participar en la segunda ronda que ya en ese momento se vislumbraba para determinar el ganador de las elecciones del 2018. A partir de ese momento, su candidatura fue objeto de lo que el frenteamplista denominó una “campaña del miedo”, la que finalmente, y según su razonamiento, no solo detuvo el crecimiento que experimentaba su candidatura en intención de voto, sino que además lo terminó sacando del balotaje de ese año.
Algunos investigadores como Gustavo Fuchs, de la Universidad Nacional, sin coincidir plenamente con la tesis de Villalta, coinciden, en un análisis sobre el posible impacto que pudieron tener los medios en el desarrollo de los acontecimientos en ese proceso electoral, que “entre diciembre y enero, el crecimiento de José María Villalta en las encuestas se estancó́, en la medida en que creció el rechazo hacia su candidatura; también en esos dos meses, la cantidad de notas en los medios en torno a ideología y valores como temas controversiales y subjetivos repuntó significativamente”.
Pendiente de confirmación empírica para lo sucedido en los dos meses finales de la campaña electoral hacia la segunda ronda, la sensación que dejó la cobertura de ciertos medios sobre el proceso electoral, es que se produjo un fenómeno similar al de Villalta en el 2013, esta vez con la candidatura de Rodrigo Chaves. Pero, en este caso, Chaves fue electo. ¿Significa esto que algunos medios hipotecaron vanamente su credibilidad en este proceso? ¿Cuál será la actitud de la ciudadanía frente a los medios en un entorno donde parece previsible -dados los antecedentes de la campaña del actual presidente- que arrecien las críticas desde el gobierno?
El papel de los medios en democracia es lo suficientemente importante como para plantearse estas preguntas con toda honestidad. Una valoración de lo actuado en la campaña, hecha con rigor y una genuina voluntad de sopesar con humildad la crítica de la ciudadanía, quienes son, al final, los beneficiarios de su trabajo. Una democracia fuerte y vibrante requiere de medios rigurosos, pero capaces de rectificar. Tienen un papel irrenunciable que jugar, sobre todo en un entorno de desinformación como el que impera en la actualidad. Ojalá sepan asumir el reto.
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